El cardenal y arzobispo de Toledo don Enrique Plá y Deniel nació en Barcelona el 19 de diciembre de 1876 en un hogar cristiano de posición económica desahogada. A los cinco años de edad quedó huérfano de madre. Atraído por la vocación sacerdotal, comenzó los estudios eclesiásticos en el Seminario de Barcelona y los completó a partir de 1894 en Roma, hasta donde fue acompañado personalmente por el Beato Manuel Domingo y Sol, en la Universidad Gregoriana y en la Academia Romana de Santo Tomás, como alumno del Pontificio Colegio Español, alcanzando los Doctorados en Teología, Derecho Canónico y Filosofía, al tiempo que merecía el premio extraordinario en la primera de dichas disciplinas, instituido por el cardenal Billot, antiguo profesor de la Universidad Gregoriana.
El 15 de julio de 1900 recibió la Ordenación sacerdotal en Roma, en la Iglesia de San Apolinar. Reintegrado en su diócesis de Barcelona, destacó pronto como eminente sociólogo y activo organizador alternando estas tareas con las de profesor en el Seminario y diversos cargos de responsabilidad en la curia diocesana. En su formación y posterior orientación pastoral influyeron notablemente León XIII con su Encíclica Rerum Novarum, el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas y el canonista alemán Franz Xavier Wernz. Viajó por Lovaina, Munich y Viena. Fruto de las primeras inquietudes sociales del joven sacerdote fue la fundación del Patronato Obrero de la populosa barriada de Pueblo Nuevo, en el que ejerció una labor social destacada. Fue testigo de la Semana Trágica de Barcelona del año 1900 y objeto de sus desmanes.
En 1912 consiguió por oposición una canonjía en la Catedral de Barcelona y se entregó por entero a un intenso apostolado entre la clase obrera y a la promoción de los laicos por medio de la Acción Católica. Fue Visitador diocesano de escuelas y colegios de la Iglesia y presidente de la Junta Diocesana de Acción Católica. Consagrado a difundir las doctrinas sociales del papa León XIII, pronto se convirtió en un verdadero apóstol de los suburbios barceloneses y fruto de esta actividad fue la fundación de un Hogar para acoger a los obreros en las horas de descanso. Cooperó activamente en la organización y desarrollo de la Semana Social de Barcelona y en el Congreso Litúrgico de Montserrat. Dirigió por encargo de su obispo la obra de Acción Social Popular en unos momentos difíciles de la institución, y fue igualmente director de la Revista Social, del Anuario Social y del semanario obrero El Social, de gran difusión en aquellos tiempos en España. Llegó a estar considerado como uno de los sacerdotes más instruidos del clero español en las ciencias eclesiásticas a la vez que promotor de numerosas iniciativas pastorales.
El 4 de diciembre de 1918, a pesar de su inicial resistencia para aceptar el episcopado, fue nombrado Obispo de Ávila por el papa Benedicto XV y recibió la Ordenación Episcopal el 8 de junio de 1919, en la catedral de Barcelona, de manos del Nuncio apostólico en España, Mons. Francisco Ragonessi. Durante los diecisiete años que ejerció su episcopado en Ávila realizó una admirable labor en beneficio de la Iglesia. Su preocupación constante por los obreros le llevó a fundar la Casa Social Católica, en la que sostenía la escuela gratuita allí establecida y encabezaba con cuantiosos donativos cuantas suscripciones se abrían en favor de los necesitados. Tarea suya fue la implantación del Código de Derecho Canónico, la visita pastoral, la restauración y puesta a punto de las instituciones eclesiásticas, la celebración de concursos generales para las parroquias entre el clero, la reconstrucción y reparación de edificios religiosos, la atención a los sacerdotes, el cuidado del Seminario diocesano y el notable vigor de la naciente Acción Católica. También fue animador de diversas iniciativas sociales. El 2 de junio de 1928 participó en el Congreso Ascético-Místico celebrado en honor de San Juan de la Cruz. Llegó a estar considerado como el mejor obispo español de su tiempo, tanto por su preparación intelectual -demostrada en sus escritos pastorales- como por su escrupulosidad en la administración diocesana, su adhesión a la Santa Sede y sus virtudes sacerdotales, en especial la caridad y la humildad.
El 28 de enero de 1935 fue nombrado Obispo de Salamanca, dejando un gratísimo recuerdo entre sus diocesanos de Ávila. En la diócesis salmantina realizó una fecunda labor pastoral durante los años de la República y de la Guerra Civil. El 6 de noviembre de 1940 restauró la Pontificia Universidad de Salamanca con sus Facultades de Teología y Derecho Canónico. Fue presidente del Consejo de Obispos y de la Comisión Episcopal para la Universidad Pontificia de Salamanca. Otras conquistas fueron la ordenación administrativa de la diócesis ante la supresión del presupuesto del Culto y Clero, la organización de la Acción Católica y la atención primordial a los sacerdotes.
El 31 de octubre de 1941 es nombrado arzobispo de Toledo y Primado de España. Tomó posesión de la sede toledana el 25 de marzo de 1942. En su nueva, extendida e importante archidiócesis centró su acción pastoral en la restauración cristiana de la diócesis, devastada en la reciente persecución religiosa, en la que fueron asesinados doscientos ochenta y un sacerdotes, varias decenas de religiosos y numerosos laicos católicos. Restauró el edificio del Palacio Episcopal, los tres Seminarios diocesanos de Toledo y Talavera, reconstruyendo templos, parroquias, conventos y casas rectorales, y creó nuevas parroquias, dos de ellas en Toledo. Recogió la herencia espiritual del cardenal Isidro Gomá, respetando al nuevo Estado, reconocido internacionalmente. Por ello apoyó el referéndum institucional de 1947, convencido de la necesidad de unir todas las fuerzas internas por el bien del pueblo en tiempos de graves dificultades económicas.
En el año 1951 promovió la celebración de un Concilio Provincial, al que asistieron todos los prelados de las diócesis sufragáneas de la provincia eclesiástica de Toledo. Dotó a los seminarios de mejoras materiales y de nuevos valiosos planes de estudio, siendo en su tiempo muy numerosas las vocaciones. Como consecuencia del Concordato de 1953, se retocaron los límites diocesanos, cediendo los arciprestazgos de Cazorla y Quesada a la diócesis de Jaén, de Huéscar a la diócesis de Granada, de Villarobledo y Alcaraz a la diócesis de Albacete, y de Guadalajara, Pastrana, Brihuega y Cogolludo a la diócesis de Sigüenza. A cambio, la archidiócesis de Toledo recibió Quintanar de la Orden de la diócesis de Cuenca, y Oropesa y Real de San Vicente de la diócesis de Ávila. Trazó todo un programa de restauración espiritual y material y, de conformidad con este programa, se fue desarrollando una acción pastoral intensa, casi siempre callada, metódica, firme y paternal porque la obra de devastación de la archidiócesis primada había sido inmensa; mucho había sido lo destruido y lo robado; quedaban todavía muchos edificios, iglesias y casas rectorales por reparar, y sería obra de muchos años volver a restaurar altares, retablos, imágenes, alhajas y ornamentos.
Una empresa tan vasta y compleja exigía un dispositivo de fuerzas e instituciones, que fueran vivificando la diócesis y haciéndola resurgir de sus ruinas. Celebró periódicamente reuniones con los sacerdotes y de ellas salieron acciones apostólicas concretas, como dos campañas preparatorias del cumplimiento pascual para hombres en la ciudad de Toledo, el fomento de la asistencia a Misa en la misma ciudad, y, finalmente, se echaron los primeros cimientos de los Institutos de Especialización Sacerdotal, cuyos estatutos aprobó en 1955. Cada año celebró dos o tres cursillos para renovación espiritual e intelectual de los sacerdotes, llegando a celebrar veinticinco, con una gran asistencia de sacerdotes.
Fue también presidente de la Conferencia de Metropolitanos y de la Comisión Permanente, presidente de la Junta Suprema de la Acción Católica Española , presidente de la Dirección Central de la Acción Católica, de la Unión Misional del Clero y de otras organizaciones eclesiásticas. En el ámbito civil, renunció resueltamente a los cargos de Procurador en Cortes (lo fue sólo durante el primer trienio), miembro del Consejo del Reino y del Consejo de Regencia. Mantuvo el cargo de Consejero de Estado, por su carácter técnico y por estimar que el nombramiento iba ligado a la sede toledana. Por el sello eclesial y sereno de sus actuaciones, intervino en numerosos acontecimientos tanto de la Iglesia Universal como de la historia nacional. Fue el interlocutor nato entre los obispos y la Sede Apostólica, con la Nunciatura, por una parte, y el Episcopado español y el Jefe del Estado, por otra. Sus características fueron su tacto prudente y sereno y su diligencia pastoral. El 18 de febrero de 1946 el papa Pío XII le creó cardenal de la Iglesia Católica, asignándole el título presbiteral de la iglesia romana de San Pedro in Montorio. Presidió como cardenal legado de Su Santidad el Congreso Nacional de la Juventud de Acción Católica en el Año Compostelano de 1946 y la apertura de la Puerta Santa en 1948, el Congreso Eucarístico Nacional de Granada en 1956 y el Congreso Mariano Nacional en Zaragoza en 1954. Intervino activamente en los cónclaves en los que salieron elegidos Sumos Pontífices Juan XXIII (1958) y Pablo VI (1963). Perteneció a las Congregaciones Romanas de Religiosos, a la de la Iglesia Oriental y la de Ritos. Formó parte de la comisión de cardenales que preparó el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró miembro de la presidencia del Concilio, presidiendo algunas de sus sesiones en su nombre.
Como presidente de la Conferencia de Metropolitanos Españoles fue el principal promotor e impulsor del magisterio colectivo de los obispos, con documentos e instrucciones de carácter religioso y moral, respondiendo a las necesidades de la época: la propaganda protestante en España, deberes de justicia y caridad, apostolado de educación, el magisterio de la Iglesia, la misión de los intelectuales católicos, la actitud cristiana ante los problemas morales de la estabilización y el desarrollo económico, etc. La revista Ecclesia, órgano de la Junta Central de la Acción Católica Española, considerada como la voz del Papa y de los obispos, se fundó en su tiempo y bajo su patrocinio; exenta de censura estatal, suyos fueron los editoriales de mayor importancia religiosa y política de su tiempo. Apoyó con enorme fuerza los movimientos de apostolado obrero y sus publicaciones nombrando a los consiliarios nacionales y constituyéndose en defensor y orientador de sus actuaciones y ministerios, especialmente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y de la Juventud Obrera Católica (JOC) en los difíciles años sesenta, cuando España comenzaba a abrirse a Europa y al mundo y la situación social del país había evolucionado favorablemente elevando el nivel de vida y atenuando la presión gubernamental.
Quería el cardenal Plá y Deniel que a través de la Acción Católica se preparasen hombres y mujeres para la acción política, capaces de hacer evolucionar al Régimen hacia formas de mayor participación de los ciudadanos. Sus respetuosos, pero polémicos enfrentamientos epistolares con los ministros más representativos del momento: el secretario general del Movimiento y delegado nacional de Sindicatos, José Solís; el de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, y el de Gobernación, general Camilo Alonso Vega, demostraron el talento y valentía del cardenal primado. Su polémica con el ministro José Solís afectó directamente a las actividades de la HOAC y de la JOC, así como a los movimientos sindicales católicos, que criticaron el sindicalismo oficial español, y fueron defendidos por el cardenal primado frente a dicho ministro, que era también el delegado nacional de Sindicatos. Éste tuvo que pedirle excusas al cardenal. La defensa de Pla y Deniel fue tan contundente que el mismo general Franco le dio la razón y obligó al ministro a retirar el tono polémico de su carta. Este enfrentamiento trascendió a la opinión pública y sirvió para reforzar la autoridad moral del cardenal Plá como defensor de la autonomía de la Iglesia frente a las injerencias del Estado.
Mostró su preocupación por el hecho evidente de que los sindicatos habían defraudado las esperanzas que se había puesto en ellos para difundir entre los obreros la doctrina social de la Iglesia. Con ello demostró una vez más que, aunque consideraba que la Guerra Civil Española había sido una “cruzada”, nunca quiso comprometerse con el Régimen cuando entraban en juego los intereses espirituales. Consiguió que se quitaran o suavizaran las sanciones impuestas a los dirigentes de las organizaciones obreras católicas en años de fuerte represión de las libertades políticas y sindicales. Desde la prudencia y moderación tuvo una gran libertad de espíritu en sus intervenciones públicas porque fue coherente con sus principios y actuó siempre en favor del pueblo español, convencido de que lo más oportuno era no crearle mayores dificultades a un Régimen que atravesaba momentos muy difíciles, pero que, a la vez, era el único capaz de garantizar una cierta estabilidad política, un desarrollo económico y una evolución pacífica de las instituciones, habida cuenta tanto de la situación interna como del contexto político internacional.
En mayo de 1962, cuando era inminente la apertura del Concilio Vaticano II surgió una sutil polémica entre la Iglesia y el Estado, provocada por éste, a raíz de una intervención del ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, quien pidió a la Nunciatura que determinara lo que se entendía como apostolado seglar, estableciendo de común acuerdo la interpretación y aplicación de la disposición concordataria que expresamente se referían a la actividad de las Asociaciones de Acción Católica. El ministro había escrito una carta al cardenal primado pidiéndole aclaraciones sobre un manifiesto hostil al Régimen que había sido publicado con licencia eclesiástica. El cardenal Pla y Deniel respondió, como había hecho siempre, defendiendo el derecho de la Iglesia a intervenir en cuestiones sociales. Un mes antes de su muerte, fue elegido, el 5 de junio de 1968, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas para la medalla 14, sin que llegara a tomar posesión.
El cardenal y arzobispo de Toledo don Enrique Plá y Deniel falleció en Toledo el 5 de julio de 1968, a los 91 años de edad, siendo enterrado, según su deseo, en la Capilla de la Virgen del Sagrario de la Catedral Primada.
En la mente y el corazón de los fieles cristianos diocesanos de Toledo que lo conocieron de cerca, laicos y sacerdotes (especialmente en estos últimos), quedó nítida esta imagen de él: El cardenal Enrique Pla y Deniel fue un hombre de pequeña estatura, un poco miope, sumamente metódico en la distribución de su tiempo, austero consigo mismo, serio hasta desconocer el sentido del humor, con una enorme conciencia de su responsabilidad, atento a las palabras de su interlocutor, aunque éste fuera una persona de poco relieve, dispuesto a rectificar, si se le convencía con razones objetivas, pero inflexible después de tomada la decisión, comprensivo con las debilidades humanas, trabajador hasta la extenuación. Nacido en Cataluña y trasladado a Castilla por su ministerio episcopal durante 50 años, utilizaba su lengua materna en la oración, pero nunca cuando pensaba que podía molestar a alguien que no la comprendiera. Supo adaptarse a las más variadas circunstancias humanas y sociales. Amaba a Cataluña pero siempre se sintió un patriota español, mostrándolo de palabra y por escrito. A veces le brotaba el enojo, defecto del que era consciente y le molestaba, pero que también le ayudaba para crecer en sentimientos de humildad.
Dotado de una piedad sincera, no tuvo otro norte en su vida que el servicio a la Iglesia. A ella sacrificaba su tiempo, sus preferencias personales y sus posibles afectos humanos. Los ingresos que le vinieron por vía familiar los invirtió íntegramente en obras de provecho para la Iglesia. Murió en extrema pobreza, sin recursos suficientes para sufragar los gastos de su entierro. Fue muy respetado y querido por todos sus diocesanos, especialmente por los sacerdotes, y uno de los prelados españoles más importantes del siglo XX.
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