Historia
Una tradición situaba el origen del cristianismo y la fundación de la Iglesia en Toledo en el siglo I con san Eugenio; una vez comprobado el desdoblamiento de dicha personalidad con un obispo de época visigoda, los primeros datos históricos se remontan al principio del siglo IV. Melancio, obispo de Toledo, aparece firmando las actas del concilio de Elvira hacia el año 300; con él, se inicia el listado de obispos toledanos que llegan hasta nuestros días.
Con todo, no es descartable la presencia de cristianos en el territorio hasta llegar a tener un prelado propio. Fruto de ello sería la presencia de la virgen santa Leocadia, confesora y mártir bajo Diocleciano (h. 303) y patrona de la ciudad y la juventud de Toledo. La expansión del cristianismo se fue dando en sintonía con la denominada “romanización”, siendo más intensa a lo largo del siglo IV hasta las invasiones bárbaras.
En el año 400 se celebra el primer concilio toledano, para condenar la herejía de Prisciliano. Como prelados destacaron Audencio (h. 380), un obispo escritor, y Asturio (h.395-412), fundador del obispado de Alcalá. Las invasiones bárbaras, desde inicios del siglo V, con la huida de obispos, muertes, saqueos, cautiverios o hambre, supusieron un nuevo reto para la Iglesia que pasaba del marco romano a la nueva evangelización de otros pueblos. Fue preciso un nuevo empuje eclesiástico a nivel interno (concilios, parroquias, vida monástica, clero, liturgia…) y externo (evangelización de los nuevos pueblos).
Con la llegada de los visigodos a la Carpetania y el reinado de Leovigildo (572-586), se inicia un siglo de esplendor para Toledo, al ser constituida como ciudad regia, capital del reino. La situación geográfica de Toledo favoreció grandemente esta decisión. Toledo se erige primero en la Iglesia metropolitana de la Carpetania y luego de toda la provincia cartaginense, incluyendo bajo su jurisdicción a veinte diócesis sufragáneas. En el año 527 se celebra el segundo concilio toledano, presidido por el obispo Montano, precursor de las escuelas clericales. En el año 589, se reúne el tercer concilio toledano: Fruto de los trabajos de personalidades como san Leandro, el rey Recaredo, juntamente con obispos, magnates y multitud de eclesiásticos se convierten del arrianismo al catolicismo, quedando así constituida la unidad de España bajo una misma fe.
A lo largo del siglo VII, se celebran en Toledo quince concilios más, célebres por las fórmulas de profesión de la fe y normas disciplinares, con una particular unidad entre lo civil y eclesiástico en el gobierno del reino. Desde el décimo segundo concilio toledano del 681, con el asentimiento del episcopado nacional, se reconoce al metropolitano de Toledo una particular intervención a la hora de elegir y consagrar a todos los obispos españoles; será el germen de la futura primacía eclesiástica del reino de la sede toledana. Testigos de la vitalidad eclesial fueron muchos de los arzobispos de esta época que alcanzaron la santidad y rigieron la sede toledana: San Eladio (h. 615-633), que pasó de gobernante al monasterio y de allí al episcopado; san Eugenio (h. 646-657), gran poeta; san Ildefonso (h. 657-667), escritor, con gran elocuencia y defensor de la Virginidad de María, patrono de la archidiócesis; san Julián (h. 680-690), compilador litúrgico y escritor. Destacable es, en la época, la creación de numerosos monasterios que se extendieron tanto en la urbe como en los campos.
La ocupación de la Península por el ejército árabe (711), eligiendo la ciudad de Córdoba como capital, provocó un gran cambio en la situación política y religiosa de Toledo. Las iglesias fueron expoliadas; el templo basilical incautado y convertido en mezquita, conservando los cristianos un culto privado en algunos templos como santa Justa, santa Eulalia o santa María de Alfizén (que asumió la función de basílica episcopal); disminuyó mucho el número de cristianos, produciéndose un proceso de islamización. Los cristianos que, tolerados y pagando impuestos, se mantuvieron fieles, comenzaron a ser llamados mozárabes, conservando un precioso legado de libros litúrgicos del antiguo rito hispano. Toledo constituyó un fuerte núcleo de mozarabía. Tristemente, surgieron doctrinas heréticas, como el adopcionismo cristológico del arzobispo Elipando (754-808?).
La jerarquía católica prosiguió a lo largo de la dominación árabe, aunque quedando pocos datos de los prelados; simplemente, de algunos, su inclusión en algunas listas episcopales.
La persecución de los mozárabes a finales del siglo VIII, de sus reliquias y lugares venerados, provocó en Toledo el éxodo de comunidades religiosas que se llevaron consigo, para poner a salvo en los reinos cristianos sus tesoros más preciosos: reliquias y libros que conservaban.
La conquista de Toledo por Alfonso VI, en 1085, tuvo gran importancia para la cristiandad. El territorio diocesano se repoblará con el retorno de mozárabes, con castellanos y francos, los cuales convivirán con árabes y judíos. Se devuelve el culto católico a la basílica catedralicia y es elegido como nuevo arzobispo don Bernardo de Cluny. La diócesis recupera su antiguo prestigio por la primacía eclesiástica concedida por Urbano II sobre los obispos de España, en el año 1088, privilegio que se reiterará por los Papas. Comienza una especie de refundación de la Iglesia en Toledo, restaurando la pastoral y vida religiosa (cluniacenses, benedictinos, canónigos regulares, cistercienses, premostratenses, trinitarios, franciscanos, dominicos…), unificando la liturgia imponiendo el rito romano, organizando la diócesis (cabildo catedralicio, arcedianatos - Toledo, Talavera, Madrid, Alcalá, Guadalajara, Calatrava, Capilla y Alcaraz -, arciprestazgos) y el patrimonio eclesiástico.
Toledo, como los reinos cristianos, vive en un clima de guerra y reconquista que alcanza hasta la batalla de las Navas de Tolosa (1212). La diócesis va ampliando notablemente su territorio, extendiéndose por la región de Alcaraz hasta las fronteras del reino moro de Murcia, y por el sur hasta las diócesis de Baeza y Córdoba e, incluso, en la de Jaén, al conquistar Quesada y establecerse el Adelantamiento de Cazorla. La parte meridional de la provincia la fueron ocupando las diversas Órdenes militares: templarios (Calatrava), caballeros de san Juan (Consuegra), Calatrava, Santiago (Uclés); los límites y fronteras suscitaron numerosos litigios con el arzobispado de Toledo. Los arzobispos de Toledo, cancilleres mayores de Castilla desde 1206, alcanzan notable influencia política y social, pues sus posesiones y rentas eran extraordinarias por la gran extensión del territorio diocesano y la interacción entre el mundo civil y eclesiástico. Por la valiosa actividad que desarrollaron merecen destacarse los arzobispos Martín de Pisuerga, Jiménez de Rada, Gil de Albornoz y Pedro Tenorio.
En el ámbito cultural merece subrayarse el relevante papel desempeñado por numerosos clérigos toledanos, como Domingo Gundisalvo, Juan Hispano, o el canónigo Marcos, en las traducciones del árabe al latín realizadas desde la mitad del siglo XII hasta mediados del siglo XIII; así como la brillante producción literaria de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, autor del “Libro del Buen Amor”, o de Juan Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera, autor de “El Corbacho”.
Territorialmente, la circunscripción diocesana comprendía por oriente, desde la sierra de Guadarrama hasta el obispado de Jaén; por el mediodía limitaba con la parte septentrional de los obispados de Jaén y Córdoba; y, por el oeste, desde Peñalsordo y Capilla, en Badajoz, hasta unirse en el norte con las estribaciones meridionales de la sierra de Guadarrama por encima de Buitrago. Es decir, que incluía no solo la actual diócesis de Toledo, sino también las de Madrid, Getafe, Alcalá, Ciudad Real, y parte de las provincias de Guadalajara, Albacete, Jaén, Badajoz, Cáceres y Granada. A ello había que añadir la plaza africana de Orán, conquistada por Cisneros en 1509, y el Adelantamiento de Cazorla.
Los arzobispos que rigieron en este período la sede toledana fueron, frecuentemente, personalidades ejemplares y muy activas en la vida nacional. Cada uno sería merecedor de un acercamiento a su biografía. Merecen ser destacados, entre otros: como quicio de finales del siglo XV, Pedro González de Mendoza (1482-1495), amigo y consejero de los Reyes Católicos, gran mecenas de las artes y fundador del Hospital de Santa Cruz; Francisco Jiménez de Cisneros (1495-1517), reformador y austero prelado, Inquisidor General, fundador de la Universidad de Alcalá y del colegio Universidad de santa Catalina, editor de la Biblia Políglota, y restaurador del Rito Mozárabe; Juan Pardo Tavera (1534-1545), fundador del Hospital de san Juan Bautista; Juan Martínez Silíceo (1545-1557), fundador del Colegio de Doncellas Nobles y del Colegio de Infantes, instaurador, no sin gran polémica, del Estatuto de Limpieza de Sangre ante la problemática de los cristianos nuevos; Bernardo de Sandoval y Rojas (1599-1618), que erigió la Capilla del Sagrario y el Ochavo de la catedral; Luis Manuel Fernández Portocarrero (1677-1709), que promulgó unas constituciones sinodales que han estado vigentes casi hasta nuestros días; y Francisco Antonio de Lorenzana (1772-1800), gran propulsor de las ciencias y las artes, dotando de sede a la Universidad, fundando el Hospital de Dementes y promocionando la ayuda a niños abandonados, acogiendo a sacerdotes franceses que huían del país vecino, o defendiendo la Iglesia ante tendencias regalistas.
El concilio de Trento marca el renacer de un fortalecimiento teológico y disciplinar en la Iglesia del siglo XVI. Para colaborar en esta tarea la diócesis de Toledo celebra dos concilios provinciales, en 1565 y 1582, presididos por el obispo de Córdoba (ante el célebre proceso inquisitorial al arzobispo Bartolomé de Carranza, quien falleció en Roma en 1576) y por Gaspar de Quiroga (1577-1594). Trasladada la Corte a Madrid, en tiempos de Felipe II, la ciudad de Toledo pierde vigor ciudadano, pero seguía siendo abundante el clero y la vida religiosa (en la ciudad, se contabilizan 20 casas femeninas y 16 masculinas, sin contar en todo el territorio). La Iglesia de Toledo continuó con gran vitalidad a pesar de la creciente decadencia nacional que se inicia en el reinado de Felipe III. La llegada de la dinastía borbónica tuvo su repercusión en la vida diocesana, particularmente por el regalismo de los ministros, las medidas desamortizadoras de Orry y Campomanes, o el cardenalato a don Luis de Borbón, hijo de Felipe V, dignidad a la que renunció en 1754.
El siglo XIX comienza en la diócesis toledana con el pontificado del cardenal Luis María Borbón, quien fue también presidente del Consejo de Regencia desde 1813 hasta el regreso de Fernando VII. Con la invasión francesa se inicia un período funesto para nuestra Iglesia, siendo Toledo la primera ciudad que se levanta contra el invasor. El arzobispo huye de la ciudad y se refugia en Sevilla. Los religiosos son perseguidos y tratados cruelmente, siendo expoliadas las iglesias de sus alhajas y ropas preciosas. La situación se agrava con las medidas desamortizadoras iniciadas en 1820 y continuadas por Mendizábal en 1835 y 1837, que suponen un duro golpe sobre la población de los religiosos varones en la diócesis, alcanzando su total extinción, y sobre el patrimonio de la Iglesia secular. El grave conflicto surgido en las relaciones con la Santa Sede originó una vacante de once años en la sede toledana, desde la muerte del cardenal Inguanzo (quien iniciaría la construcción del Seminario), en 1836, hasta el nombramiento del cardenal Bonel y Orbe (1847-1857).
En virtud del Concordato de 1851 el arzobispo de Toledo es nombrado Comisario General de Cruzada; se habilita al Seminario Conciliar de Toledo como uno de los cuatro centrales con capacidad para conferir grados mayores en Teología y Cánones; se marcan las líneas para la erección de diócesis, creándose dos nuevas, segregadas del territorio de la de Toledo: Ciudad Real (1877) y Madrid-Alcalá (1885); y se configura la archidiócesis con las sufragáneas de Coria-Cáceres, Cuenca, Plasencia, Sigüenza-Guadalajara, Ciudad Real y Madrid-Alcalá, hasta su elevación esta última a arzobispado por Pablo VI en 1964.
En el episcopologio caben destacar los arzobispos cardenales: el Beato Ciriaco María Sancha (1898-1909), fray Gregorio María Aguirre (1909-1913), Victoriano Guisasola (1913-1920), Enrique Almaraz (1920-1921), Enrique Reig Casanova (1922-1927), Pedro Segura Sáenz (1927-1931), Isidro Gomá (1933-1940). En la persecución religiosa, durante la guerra civil española, se llevó a cabo la destrucción y el saqueo de numerosos edificios religiosos, y produjo la muerte de 281 sacerdotes diocesanos, algunos de los cuales (beato Liberio y compañeros mártires) han sido proclamados beatos mártires por la Iglesia. Otros muchos religiosos y religiosas que padecieron persecución en el territorio diocesano van siendo reconocidos como mártires en los numerosos procesos de canonización en curso. Finalizada la contienda y establecida la paz, los arzobispos iniciaron una lenta, pero eficaz labor de reconstrucción material y espiritual. Así, ocuparon la sede Primada los cardenales: Enrique Plá y Deniel (1941-1968), Vicente Enrique y Tarancón (1969-1972), Marcelo González Martín (1972-1995), Francisco Álvarez Martínez (1995-2002), Antonio Cañizares Llovera (2002-2009), hasta llegar al actual arzobispo Braulio Rodríguez Plaza (2009). De todos ellos, y de la historia más reciente de la archidiócesis, se irán elaborando estudios que actualicen la vida de la Iglesia en Toledo.
Con la segregación de las diócesis de Coria-Cáceres y Plasencia a la nueva Archidiócesis de Mérida-Badajoz, creada por Juan Pablo II en 1994, y la incorporación de la diócesis de Albacete, con las sufragáneas de Cuenca, Ciudad Real, Sigüenza-Guadalajara y Albacete, queda definitivamente configurada la Provincia Eclesiástica de Toledo.
© Copyright 2017 Arzobispado de Toledo | Aviso Legal | Política de Privacidad | Cookies