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Ruth Diaz en la misión de Naandi, Sudán del Sur

Ruth Diaz: “Al volver a casa, siempre sentía que me faltaba algo, después de los meses de misión”

JuanF Pacheco

El lema de la campaña del Domund de este año es “Cuenta lo que has visto y oído” a través del cual los que han trabajado o colaborado en territorio de misión acercan su propia experiencia misionera y evangelizadora.

Una de estos testigos es la joven Ruth Díaz (Talavera de la Reina, 1985), terapeuta ocupacional, quien tiene experiencia profesional en el ámbito de la discapacidad y de la geriatría. Esta talaverana forma parte de una familia numerosa compuesta por cinco hermanos, quien siendo universitaria perdía a su padre, momento que pasó a ser un punto de inflexión en su vida de fe.

Desde 2014 viene realizando trabajos de colaboración misionera con las Misioneras de la Caridad en diversos lugares del mundo y también con la misión del P. Christopher Hartley, en Sudán del Sur. En este domingo del Domund nos comparte “lo que ha visto y oído” en sus correrías misioneras.

 

Pregunta: ¿Cómo viviste la fe desde tu infancia?

Respuesta: Crecí en una familia católica, pero podríamos decir que éramos católicos “de boquilla”. Hacíamos lo típico como bautizar a los hijos, primera comunión, ir a misa los domingos hasta cierta edad, etc. Pero en realidad nadie conocía a Jesús. Nadie se había encontrado con Él. Hasta que mi madre después de fallecer mi abuelo, su padre, comenzó en un grupo de la renovación carismática y ahí todo empezó a cambiar, aunque no entendíamos nada por aquel entonces.

 

En la misión de Sudán del Sur

 

P: ¿Se podría decir que en ese momento comenzasteis a vivir la fe de distinta manera?

R: Aquel cambió en mi madre repercutió en toda la familia muy positivamente y especialmente en el tiempo que dedicó al cuidado de mi padre que falleció en el 2010 después de 4 años de enfermedad. Recuerdo que vivimos esos cuatro años con la dureza del momento, pero con una alegría y paz de fondo que solo el Señor puede dar, y que en ese momento llegó a mi casa a través de mi madre. Todo esto lo he entendido con posterioridad.

La muerte de mi padre supuso para mí un choque con la realidad de la vida. Nacemos y morimos… todos, absolutamente todos vamos a morir. En esos momentos todo carecía de importancia, en comparación con el dolor de la muerte.

 

P: ¿Cómo prosigue ese proceso de compromiso con la fe y ese barruntar tu inquietud misionera?

R: En 2010 regresé a vivir a Talavera de la Reina, ya que durante los años que estudié en la universidad, residí en Madrid.
En este momento comencé a ir como voluntaria a la “Casa Asilo” de las Hermanitas de los Pobres, cuyo apostolado es el cuidado de ancianos. Esto marcó un antes y un después en mi vida, ya que aquí fue donde me encontré con el Señor. Un Dios que nunca jamás antes había visto ni conocido, algo que nunca hubiese podido imaginar. Descubrí y sentí que Dios existía, ¡que estaba vivo, que era amor! Descubrí un nuevo mundo, una nueva dimensión de la vida, la parte espiritual del ser humano, un nuevo concepto de amor, algo tan desfigurado en la sociedad. Todo encajaba, todo era perfecto, sentí haber encontrado mi libro de instrucciones. Había descubierto a mi creador, que me enseña cómo “funciono” y quien soy… y lo mejor de todo… que me ama a pesar de todo, y me acoge con misericordia infinita.

Y todo esto llegó a mí a través de las Hermanitas de los Pobres, del amor y delicadeza que ponían en el cuidado de los ancianos, de su testimonio de vida, de su alegría.
¡Que importante es vivir bien nuestra vida como cristianos para que el Señor pueda llegar a otros a través de nosotros, ser canales!

 

Seis meses imborrables en Sudán del Sur

 

P: ¿Pero en qué momento decides marchar a colaborar con los misioneros?

R: Fue cuatro años más tarde cuando comencé a trabajar. Ya podía disponer de mis ahorros para poder viajar y marchar como voluntaria/misionera fuera de España.
La primera vez fui a Bolivia un mes, con una ONG, en un centro de personas con discapacidad psíquica y física. Ahí percibí la labor misionera fuera de la Iglesia no tenía sentido.

Al verano siguiente busqué un sitio para ir a alguna misión como parte de la labor de la Iglesia. Oí hablar de Calcuta y de la posibilidad de ir allí con las Misioneras de la Caridad y allí fui un mes.
A la vuelta después de haber visto todo aquello, que realmente impresiona y mucho; ese grado de pobreza, esa miseria absoluta en la que tanta gente vive en India, esa masa de gente, etc. No podía olvidar lo visto y vivido.

Por otra parte, viví la grandeza de la Iglesia, su amplitud, su riqueza, el mismo Dios, con el mismo amor para todos. Fue un punto de encuentro con muchas personas de distintos países, de culturas muy distintas, de todas las edades y todos unidos con una misma fe. El ver a las Misioneras de la Caridad que entregan su vida, trabajando duro día tras día y todo eso por amor a Jesús, eso tampoco deja indiferente.

Solo pensaba en la ocasión para poder volver otra vez. Pero si trabajaba no tenía tiempo para eso y un mes de vacaciones al año se me quedaba muy escaso. Finalmente decidí pedir una excedencia de un año en el trabajo. Y me la concedieron.

 

P: ¿Qué ocurre a partir de este momento? ¿Cómo aprovechaste ese año de excedencia laboral?

R: Me fui a Etiopía donde viví 5 meses con los misioneros salesianos. Allí estuve en el colegio de educación formal que ellos tenían, donde colaboré en alguna clase con el profesor correspondiente. Por las tardes había oratorio, y los niños y niñas del pueblo venían a jugar y a practicar deportes. También durante el verano hicimos juegos, clases de inglés con los niños junto a otros voluntarios Fue mi primera vez en África, donde también vi la dura realidad que viven muchas personas allí.

Después, como seguía mi año de excedencia en el trabajo, volví a Calcuta, en esta ocasión 5 meses. Donde vi un poco más cerca la pobreza y como se desarrollaba la vida en Calcuta, una ciudad realmente masificada. Aunque no considero haber visto ni el 1% de lo que allí puede llegar a suceder. Es tan complicado entender tantas cosas; no se entienden.

Allí conocí a un voluntario, ahora en el seminario diocesano de Toledo, que me habló por primera vez del Padre Christopher Hartley, sacerdote de la archidiócesis de Toledo. Este seminarista me contó que era misionero y que había posibilidad de ir a realizar voluntariado a su misión, en Etiopia, donde se encontraba en ese momento. A partir de este momento empecé a escuchar las homilías diarias del Padre Christopher y así fue como comencé a interesarme más sobre su misión y su trabajo.

 

Celebración del miércoles de ceniza en la misión

 

P: Supongo que el año de excedencia laboral concluye y has de volver a España. ¿Qué sientes y cómo abordas ese tiempo?

R: De vuelta al trabajo y a la vida en España me di cuenta que mis inquietudes y prioridades en la vida iban cambiando. Es una sensación un poco extraña. Como si no pudiese compartir con nadie todo lo que había vivido allí.
Durante este tiempo que pasé fuera, sentía que mi vida de fe estaba viva, activa. Como el “amor en acción” del que habla la Madre Teresa de Calcuta.  Había vivido unos meses apasionantes y al volver a casa sentía que me faltaba algo.

Después de un año trabajando, decidí volver a hacer un parón y regresar a Calcuta durante 6 meses. Estos meses fueron muy intensos.
Allí íbamos a las casas de las Misioneras de la Caridad repartidas por la ciudad donde están los enfermos, niños abandonados, mujeres y hombres con enfermedad mental. No se hacen grandes cosas. Tareas como pueden ser jugar con un niño, dar de comer a un enfermo, lavar ropa o tenderla, limpiar, pintar, etc. lo que tocaba en cada momento. Al fin y al cabo, las labores no es lo que importaba. Lo importante es que uno allí se pone al servicio de los demás, se olvida de sí mismo, y ve el sufrimiento de aquellas personas que viven en la miseria absoluta. Ya no te puedes olvidar nunca de esto.

 

P: Tu última experiencia misionera ha sido en Sudán del Sur. ¿Cómo se fragua esta decisión y cuáles son tus experiencias?

R: Después, a los pocos meses de volver a España, me puse en contacto con el Padre Cristopher para ver si había alguna posibilidad de ir a la misión. Me dijo que sí. Posteriormente llegó el confinamiento y todo quedó parado, por la pandemia.
Más tarde una amiga de Malasia que había conocido en Calcuta, años atrás, me invitó a ir a Sudán del Sur, casualmente a la misión del Padre Cristopher. De nuevo me volví a poner en contacto con él. Después de un encuentro en Madrid y de explicarme bien en qué consistía la misión en Sudán del Sur, me invitó a ir.
En cuanto pude resolver todo lo que tenía pendiente del trabajo, me marché. Allí he estado 6 meses. Ha sido un periodo de acercamiento al Señor, de comprobar una vez más que nada fuera de Él tiene sentido. Jesús quiere llegar a todo el mundo, y a todos los rincones del mundo y cada uno de nosotros tenemos la obligación y el compromiso de hacerle llegar a los demás. El que está a mi lado es mi hermano y nos necesitamos mutuamente.

Una cosa que me impresionó muchísimo fue ver la cantidad de católicos que hay en Sudán del Sur. En aquel rincón de la selva que parece perdido en el mapa y olvidado de todos. Me emocionó ver a la gente en la iglesia celebrando la eucaristía, compartiendo la misma fe, todos juntos arrodillados adorando al mismo Dios. Misas multitudinarias, llenas de personas que no tienen nada, literalmente, y que tienen la fe como un tesoro. Y que a pesar de que llevaban años sin sacerdote en muchas de las capillas, las cuales pertenecen a las parroquias de la que ahora es párroco el Padre Christopher, seguían fielmente reuniéndose las comunidades de católicos cada domingo para la celebración de la Palabra.

 

Con los niños de Naandi, en Sudán del Sur

 

P: ¿Qué les dirías a los que sienten inquietud misionera?

R: Que mi experiencia misionera y, sobre todo, la de Sudán del Sur ha sido muy intensa, en el sentido espiritual y material. Ha sido la primera vez que he vivido en un lugar en el que da igual que tengas dinero o no porque no hay cosas que comprar. El poder de autosuficiencia que el dinero puede dar en nuestro país, allí no vale. Te vuelves muy vulnerable, te das cuenta de tu pequeñez, de tu miseria y que solo merece la pena vivir cerca del Señor, que solo hay un camino y que el resto de cosas tienen la justa importancia.
Estoy infinitamente agradecida al Padre Christopher que me ha abierto las puertas de su casa y compartir su vida y la misión con nosotros.

Cuando uno sale fuera de su entorno, de sus seguridades, de sus comodidades que, por cierto, nos hacen esclavos y egoístas, ve de cerca la gracia de Dios, su mano providente. Cómo cuida de los suyos, cómo saca de los apuros… ¡Es increíble; nunca deja de sorprender!

Invito, sin duda, a todos, jóvenes y mayores, de todas las edades a “salir de casa” para que puedan ver las maravillas y las miserias que hay en el mundo. La vida aquí, solo en nuestro pedazo del mapa mundial, no es la realidad.
Hay que salir a compartir la alegría de amar. Termino con unas palabras célebres de la Madre Teresa de Calcuta: “El que no sirve para servir, no sirve para vivir”.

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