Con motivo del fallecimiento del sacerdote D. Juan Antonio Collado Ludeña, párroco de Quero, ofrecemos una necrológica elaborada por el vicario episcopal de La Mancha y párroco de Villacañas, D. Luis Lucendo Lara.
“Despedida de un amigo y un hermano: Juan Antonio Collado”
La tarde del miércoles 8 de enero nos golpeó la noticia del fallecimiento de nuestro hermano sacerdote Juan Antonio Collado Ludeña. Tres días le faltaban para cumplir los 67 años. Había nacido el 11 de enero de 1958, en el seno de una familia numerosa y profundamente cristiana de El Toboso. Su entierro, al día siguiente, en el pueblo de Dulcinea fue una auténtica manifestación de fe, con la presencia de más de 70 sacerdotes, feligreses y amigos de las comunidades a las que había servido.
Estudió en el Seminario de Toledo y fue ordenado sacerdote el 12 de julio de 1981 por el cardenal Don Marcelo González Martín, junto a otros compañeros entre los que se encontraba nuestro actual arzobispo, D. Francisco Cerro, que presidió sus exequias.
Su ministerio sacerdotal lo desarrolló en las parroquias de San José Obrero del Polígono de Toledo, Castañar y Navalvillar de Ibor, la parroquia de San Francisco de Talavera de la Reina, Villafranca de los Caballeros, Quintanar de la Orden y Quero.
Hace tiempo que hice mía una “oración manchega” que pide: “Señor ya que me has dado el cuerpo de Sancho Panza, dame el corazón de Don Quijote”. Los manchegos deseamos tener el realismo de Sancho, pero también el idealismo de D. Quijote, que tanto cuadra con el Evangelio. Juan Antonio tenía un poco de los dos. Era un sacerdote que supo encarnarse en la realidad de la vida, siempre trabajando a pie de obra. Pero también soñaba con un mundo y una iglesia más comunitaria y sencilla. No en vano al grupo musical que formó con su familia lo llamó “Sueños de justicia”.
Para Juan Antonio su sueño era hacer vida el Evangelio. La tarde de su fallecimiento pude acercarme con sus hermanos, a su casa de Quero. Y allí me fijé en dos cuadros con frases que me impresionaron. En uno decía: “El Evangelio no tiene necesidad de ser justificado. Hay que tomarlo o dejarlo” (San Francisco de Asís). Él se tomó en serio el Evangelio y quiso seguir a Cristo siendo pastor entragado a semejanza del Buen Pastor. El segundo cuadro, en una frase escrita a punto de cruz, decía: “Me daré, me consumiré para que otros empiecen a florecer”. Cuando lo vi caí en la cuenta de que eso había sido su vida.
Juan Antonio era para mí un amigo y un hermano. Recuerdo su entrega incansable en los campamentos de la parroquia de San José Obrero en los que le ayudaba como monitor cuando yo era todavía seminarista. Recuerdo mi Semana Santa de diácono con él en los pueblos extremeños que tenía encomendados. Aquel viacrucis en Navalvillar de Ibor… Y luego tantos momentos compartidos. En ciertas ocasiones no estábamos de acuerdo, algunos de sus “criterios” pastorales para mí eran matizables, pero la fraternidad sacerdotal y nuestra antigua amistad nos unían siempre.
La música fue, en su vida, un instrumento de evangelización. En los primeros años de su ministerio había conocido al grupo musical “Brotes de Olivo” que proponía una música sencilla y profunda. Junto a su familia supo transmitir esperanza con sus canciones, recorriendo diversos lugares de nuestra diócesis. Su guitarra le acompañaba en muchos momentos, también en su predicación. Recuerdo alguna de sus homilías en las novenas al Cristo de la Viga de Villacañas… Y hasta el último día nos regaló en Canal Diocesano su música transmisora del Evangelio.
Querido Juan Antonio, al final el corazón te falló. Pero estoy seguro de que Aquel, cuyo Corazón nos ama a los sacerdotes “con amor de hermano” te habrá acogido en su Reino y te habrá dicho: “te llamo amigo” para siempre.
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