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Día Mundial de la Educación: Reflexión de Fernando Mínguez Baeza

Hoy, 1 de abril, se celebra el Día Mundial de la Educación. Desde la delegación diocesana de Apostolado Seglar se propone reflexionar acerca del Magisterio de la Iglesia en el ámbito educativo.

La delegación de apostolado seglar ha preparado un resumen del magisterio eclesiástico sobre la educación que se puede descargar en formato PDF en este enlace.

Igualmente, con este motivo, se ofrece la reflexión del profesor y miembro del grupo “Agaliense”, Fernando Mínguez Baeza, que lleva por título “Trabajando desde el corazón para educar”.

 

“TRABAJANDO DESDE EL CORAZÓN PARA EDUCAR”

Artículo de Fernando Mínguez Baeza

El 1 de abril se celebra el Día Mundial de la Educación, por iniciativa conjunta de la ONU y de la UNESCO. Se trata de una oportunidad excelente para reflexionar sobre lo que significa educar. Incluso podríamos tener algún gesto significativo con los maestros y profesores cercanos a nosotros para agradecerles su labor y dedicación diaria a nuestros hijos, su entrega a los niños, jóvenes e, incluso, adultos cuya educación tienen encomendada. Pero, en lugar de ello, muy probablemente el sentido de esta fecha pasará desapercibido para los medios e, incluso, para nosotros mismos.

Vivimos tiempos difíciles para la educación. Por un lado, el frenético ritmo de vida actual agita las emociones y hace difícil encontrar la motivación necesaria para educar y para ser educado. Por otro lado, las constantes reformas educativas como consecuencia de la falta de un Pacto educativo pensado para promover el bien común en este ámbito, no ayudan a ni a docentes ni a alumnos. Junto con ello, no puede olvidarse que educación (ayudar a la persona a madurar) y enseñanza (ayudarla a adquirir conocimientos y competencias) son obra conjunta de escuela y familia. La formación de cada ser humano ha de ser integral. De nada nos sirve ser la generación más preparada de la historia, si no sabemos respetar, tender la mano al que está a nuestro lado, amar.

La situación, ciertamente grave, fue calificada muy gráficamente por Benedicto XVI como “emergencia educativa” y sigue siendo hoy un reto a superar. No es exagerado afirmar que los educadores, en el sentido más puro de la palabra, estamos en peligro de extinción.

El hastío y la dificultad afectan al ejercicio de la función y ponen al educador en riesgo de rendirse ante la pasividad de la sociedad. En ocasiones, las familias delegan en el docente la formación integral de los hijos; los alumnos pasan una tercera parte del día dedicada a la enseñanza y el resto del tiempo se lo llenan con horas de actividades. Quizás los padres buscamos para nuestros hijos poder ofrecerles el mejor inglés, el mejor piano, el mejor equipo…cuando lo mejor es nuestro tiempo, nuestro ejemplo; en definitiva, nosotros. Desde el ángulo contrario, a veces el Estado pretende inmiscuirse a través de la escuela en la función primera y principal de los padres, que es educar a sus hijos de conformidad con sus propias convicciones morales y religiosas, ocupando el lugar que sólo corresponde a la familia. Ni lo uno ni lo otro contribuyen a lograr el fin de la educación.

Lejos de dejarnos llevar por el pesimismo, hemos de ver este momento actual como una oportunidad apasionante para centrar nuestros esfuerzos en obtener la mejor versión de cada persona que se nos encomienda. Trabajamos con personas únicas, llenas de talentos.

En última instancia, no necesitamos reconocimientos; no hay nada que mejor premie el trabajo que un abrazo, un dibujo, una sonrisa agradecida o un te quiero de esas personas tan importantes para el futuro de nuestras vidas. Estos sencillos gestos son los que animan a seguir siendo fieles a lo que se espera de nosotros.

Por ello, en el Día Mundial de la Educación, felicidades a todos los docentes por su vocación, la mejor de todas.

 

 

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