Eva Bermejo (Toledo, 1997) es una joven que, durante el pasado mes de agosto, se unía a “Verano Misión”, la experiencia misionera que oferta la delegación diocesana de Misiones para trabajar en cooperación misionera. A través de esta entrevista comparte sus vivencias en Villa “El Salvador”, un distrito de la provincia de la ciudad de Lima (Perú), donde no duda en volver a repetir esta “aventura maravillosa” para su propia vida.
.- Pregunta: ¿Cómo comienzas a sentir la llamada a la cooperación misionera?
.- Respuesta: Desde muy pequeña he visto reflejado en las personas de mi entorno comportamientos caritativos, mucha empatía, entrega, generosidad, etc. Cuando ves a los que más quieres, que dejan su vida y su posición aventajada a un lado, para ayudar a quienes consideramos más necesitados, se consigue generar un sentimiento de profunda admiración, y unas ganas inmensas de seguir esos pasos.
Han tenido que pasar 25 años, para que llegase mi turno, y vivir en mi piel una experiencia misionera.
.- P: ¿Cómo se gesta esta “aventura misionera” en tu vida?
.- R: Un día llegué a casa, me planté delante de mis padres y les dije que teníamos que hablar. Les conté que sentía que ahora era el momento, y no lo iba a dejar pasar. Les dije que estaba buscando cómo hacerlo, las opciones que había visto, los destinos, etc. Ellos se limitaron a apoyarme. Al día siguiente mi padre habló con un amigo suyo y él fue quien nos dio a conocer “Verano Misión” y el viaje a Perú.
Desde ese momento, la decisión ya estaba tomada. Poco después, supe que tenía la oportunidad de realizar trabajos sociales además de hacer misión. A todo esto hay que sumar al apoyo, la confianza y ánimo que me han transmitido mis amigos y familiares. El resultado fue que no me lo pensara dos veces y de esta manera, en agosto de 2022, me encontraba en Perú viviendo una aventura maravillosa.
.-P: ¿Qué ha supuesto esta experiencia misionera en tu vida?
.-R: Los 31 días del pasado mes de agosto me cambiaron la vida. Es la experiencia más hermosa que uno pueda imaginar. Lo es todo: el país y su gente; lo desconocido; los niños y los enfermos; la comunidad y los compañeros misioneros. Y sobre todo, Dios.
Pude realizar labores sociales por la mañana y la actividad apostólica por la tarde. Cada semana trabajábamos con un hogar diferente y distintos perfiles de personas. El plan de las tardes era ir puerta por puerta, acercando la palabra de Dios y llevando la oración a cada uno de aquellos que nos han recibido con los brazos y el corazón abiertos.
Conocer a todas estas personas, dedicarles un poquito de mi tiempo, escucharles y darles amor, ha hecho posible que regrese a España con un gran aprendizaje a mis espaldas. ¡Ahora entiendo de qué va la vida!
.-P: ¿Tu mensaje para todos los que formamos la Iglesia, con motivo de la celebración del Domund?
.-R: Cuando uno vive esta experiencia y conoce, desde dentro, el esfuerzo y trabajo que conlleva, se da cuenta de lo importantísima que es la labor del misionero. Cuesta entenderlo si no se vive.
A mí, esta experiencia de “Verano Misión”, me ha dejado fascinada. Ver esa entrega absoluta de todos los que me han rodeado durante el viaje, sin duda, impacta.
Para lograr una iglesia misionera que se expanda por toda la tierra hacen falta mucho trabajo, ganas, ilusión, dedicación y constancia. Pienso que cada uno de nosotros podemos formar parte de ello y contribuir para que la misión cada año tenga más impulso y llegué más lejos.
.-P: Para terminar ¿cómo podrías resumir tu periplo misionero en Perú?
.- R: Comencé el mes compartiendo mesa con 5 desconocidos, quienes, en apenas una semana, se convirtieron en familia y amigos. Sin duda, si Dios quiere, repetiré.
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