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Jornada Mundial de la Paz: Reflexión de Luciano Soto

La Jornada Mundial de la Paz se celebra anualmente el 1 de Enero. Con este motivo, desde la delegación diocesana de Apostolado Seglar se ofrece una reflexión firmada por el laico Luciano Soto, quien es miembro activo de esta institución diocesana.

 

PAZ EN LA TIERRA

Artículo de Luciano Soto García

Es el canto gozoso que, como gloria de Dios, iluminó la noche de la primera Navidad en la que unos jóvenes esposos emigrantes experimentaron en la aridez insolidaria de un paisaje deshumanizado la belleza y la paz del corazón de los hombres que buscan y dan Amor y Vida; canción que sacudió la modorra de los habitantes de la noche y como fuente de alegría les puso en camino hacia la esperanza anhelante de paz que siempre han compartido los hombres de buena voluntad, y que con tan bellas palabras expresó el profeta: “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. (Is 2,4)

Paz en la tierra fue el grito valiente de Juan XXIII, el santo Papa “bueno”, quien en su corto pontificado siempre buscó el estilo referencial del “buen pastor”, que con un sencillo, claro y cálido mensaje en plena crisis de los misiles logró interpelar a un mundo dividido y enfrentado, con el “muro de Berlín” recién construido, como representación simbólica. Mensaje que fue acogido con asombro en todas las naciones e hizo reflexionar a muchos, iluminando las conciencias de los más importantes líderes políticos e instancias institucionales mundiales del momento. Fiel reflejo de su repercusión fue la acogida que tuvo en la Conferencia sobre el desarme que en aquellos momentos se estaba celebrando en Ginebra.

La carta-encíclica “Pacem in terris” de san Juan XXIII colocó la primera piedra sobre la que se ha construido todo el pensamiento social cristiano contemporáneo referido a una de las más altas aspiraciones de la humanidad. “La paz en la tierra –leemos en la encíclica-, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios”.

Con un discurso fácil y comprensivo para todos explica cómo el orden convivencial ha de construirse sobre cuatro pilares fundamentales: la defensa de los derechos humanos que se fundamentan en la suprema dignidad de la persona; la búsqueda del bien común en el marco de la acción política; la institucionalización de un nuevo orden moral regido por los principios de verdad, justicia, solidaridad y libertad; y, a nivel mundial, en una perspectiva de globalización que ya se vislumbraba, la necesidad de una autoridad mundial que hiciese posible la interdependencia de las naciones en lo social, lo político y lo económico.

Cinco años más tarde, su sucesor san Pablo VI, siguiendo su estela, instituyó “el Día de la Paz” con el deseo de que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa… para que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura”.

En el contexto de esta gozosa tradición en la que celebramos la paz todos los años, interpelándonos sobre esta suprema aspiración de toda la humanidad, llama poderosamente la atención, por lo que representa para conseguirla, la interpelación que nos dirigió san Juan Pablo II en el año 2003 para fomentar una cultura de la paz como herencia de la encíclica Pacem in Terris de la cual se celebraba el 40 aniversario. Nos decía el Papa en aquel mensaje celebrativo que la paz no es tanto cuestión de estructuras, como de personas. Porque indudablemente las estructuras y los procedimientos de paz, políticos, jurídicos y económicos son necesarios, pero es la vivencia personal y social como tarea permanente la que construye una cultura de paz a través de innumerables gestos de paz, llevados a cabo por hombres y mujeres que han sabido esperar sin desanimarse nunca… Gestos de paz que se dan en la vida de personas que cultivan en su propio ánimo constantes actitudes de paz. Son obra de la mente y del corazón de quienes ‘trabajan por la paz’ (Mt 5, 9).

El Papa Francisco acude con puntualidad como todos los años a esta cita con la tradición y en total sintonía y comunión con sus predecesores nos invita a vivir “la Paz como camino de Esperanza: Diálogo, Reconciliación y Conversión ecológica”. Fiel a los principios que expuso en su programática exhortación apostólica Evangelii Gaudium cuando plantea el tema del “bien común y la paz social” (EG 217), centra su reflexión en considerar la importancia metodológica de recorrer caminos para conseguirla. “Darle prioridad al tiempo –nos decía– es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios… procesos que construyan pueblo”. Y a ese caminar en procesos nos anima en su mensaje de este año. En primer lugar, poniendo nuestra mirada en la esperanza, pues “es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables”. Y, desde ella y con ella, proponiendo buscar caminos para la escucha basados en la memoria, en la solidaridad y en la fraternidad; para la reconciliación en la comunión fraterna; y, en estos momentos tan críticos para nuestra casa común, caminos para la conversión ecológica.

En este caminar por un mundo desgarrado por tan graves problemas personales, sociales, políticos y económicos, el Papa nos invita a tener siempre presente nuestro compromiso con el diálogo y la unidad: “El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis” (EG 230).

Con el canto gozoso de paz en la tierra que nos regala la Navidad del Señor, en este curso pastoral dedicado a reflexionar sobre la familia, nuestra comunidad diocesana, presidida por nuestro Pastor, lo va a celebrar reconociendo la entrega de algunas instituciones –y de quienes forman parte de ellas– que generosamente y con esfuerzos admirables se dedican forjar familia, al cuidado y acompañamiento de las personas con mayores necesidades de atención. Para todos ellos son las palabras de Jesús: “felices los que trabajan por la paz” (Mt 5,9)

 

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