El próximo 25 de agosto se cumplirán 20 años del fallecimiento del cardenal don Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo. Con este motivo, Mons. Jesús Pulido Arriero, obispo de Coria-Cáceres, comparte su testimonio acerca del que fuera Primado de España durante 23 años.
TESTIMONIO DE GRATITUD
Mi conocimiento personal de don Marcelo ha sido muy limitado. En cambio, los testimonios que he recibido a través de los sacerdotes operarios diocesanos, a cuya Hermandad pertenezco, han sido numerosos. No en vano los operarios fueron sus más cercanos y fieles colaboradores en el Seminario de Toledo.
Mis recuerdos remontan a 1975 cuando con 10 años ingresé en el Seminario menor “Santo Tomás de Villanueva” de Toledo. A don Marcelo, las más de las veces lo veía en los actos oficiales: la inauguración de curso, su cumpleaños el 16 de enero, las celebraciones de la catedral, el Corpus Christi, san Ildefonso… A pesar de la distancia reverencial que imponía, su sola presencia inspiraba siempre firmeza y seguridad. Además de esos momentos solemnes, recuerdo también los corros que formábamos a su alrededor cuando venía al Seminario y nos acercábamos en tropel a saludarlo. Ahí se rompían las distancias y se intercambiaban saludos y sonrisas.
Don Marcelo pasaba algunas tardes en el Seminario y recibía a los seminaristas, también menores. Era un momento de particular inquietud cuando los formadores nos decían que teníamos que ir a hablar con el señor Cardenal. Sin embargo, la entrevista era de lo más afectuosa, cercana y entrañable. No se metía en cuestiones de internis, ni hacía preguntas comprometidas. Las dos ocasiones en que hablé con él, se interesó por la familia, cuántos éramos, a qué se dedicaban mis padres, cómo estaban.
El último encuentro tuvo lugar, siendo ya operario, cuando llegó el momento de las órdenes. Fui a llevar la solicitud al Palacio. Me recibieron don Santiago Calvo y don Antonio Sainz-Pardo. En la sala de audiencias, don Marcelo me acogió paternalmente y concedió la incardinación fiándose de los informes de los formadores en Salamanca. Me ordenó diácono el 18 de diciembre de 1988 en la catedral de Toledo. En aquel momento éramos unos 18 operarios de Toledo.
A su entierro, acompañé a Mons. Santiago Martínez Acebes, por entonces retirado en la residencia de operarios mayores de Majadahonda. Don Santiago se sintió indispuesto apenas llegó el féretro a la catedral y no pudimos quedarnos al funeral. En el viaje de vuelta, no paró de hablar con fervorosa gratitud de don Marcelo y de sus años en el Seminario de Toledo.
La historia de don Marcelo con la Hermandad venía de largo. Comenzó cuando, a sus 11 años, en septiembre de 1929, ingresó en el Seminario menor de Valladolid, dirigido por los operarios, que modelaron su carácter y cultivaron su incipiente vocación. El equipo de formadores, además del rector don Vicente Pereda, estaba compuesto por tres operarios mártires, hoy ya beatos: don Manuel Galcerá Videllet, don Ángel Alonso Escribano y el jovencísimo don Vicente Jovaní Ávila.
Cuando terminó los años de filosofía fue a la universidad de Comillas, donde se graduó en Teología. Una vez concluidos sus estudios teológicos en la Universidad de Comillas, el curso 1940-41, don Marcelo se incorporó como profesor en el Seminario de Valladolid, viviendo con los superiores que eran los sacerdotes operarios diocesanos, con los que colaboraba en el régimen del Seminario. En aquel momento el rector era don Guillermo Valle, al que distinguió como padrino de honor de su primera misa, que tuvo lugar en el Convento de las Huelgas Reales, en Valladolid, al final de ese primer curso. Con todos los operarios, entabló una estrecha amistad que duró siempre, de manera particular con don Eugenio Sánchez Pablos, que era el vicerrector del seminario.
Apenas iniciado el pontificado de don Marcelo en Astorga, el 19 de marzo de 1961, la Hermandad dejó la dirección de su Seminario con gran sentimiento por parte de don Marcelo y de la Hermandad.
En Barcelona (1966-1971), se volvió a encontrar con los operarios, a los que visitaba semanalmente en la Residencia sacerdotal de Modolell, no solo para confesarse con don José Casals, sino también para departir familiarmente con ellos. Una de sus principales preocupaciones era el Seminario, sumido en una fuerte crisis, con pocos seminaristas y divergencias profundas entre superiores y profesores.
A su llegada a Toledo en 1972, los operarios llevaban ya 75 años dirigiendo ambos seminarios, Mayor y Menor. Y durante todo su pontificado (1972-1995) don Marcelo siguió confiando en la Hermandad. En 1972, el Seminario Mayor tenía 17 alumnos internos y acogió a 11 del Instituto sacerdotal Vasco de Quiroga de México. Tras la experiencia vivida en Barcelona, apenas se hizo cargo de la archidiócesis primada de España tomó las riendas de la formación de los futuros sacerdotes: llamó “uno por uno a los profesores y superiores, y a los seminaristas” y marcó “con toda claridad unas líneas de acción”, que quedaron plasmadas en la Carta pastoral “Un Seminario nuevo y libre” (1973), que tuvo una gran repercusión en España, en Roma y en muchas otras diócesis del mundo. Durante su pontificado dirigieron el seminario mayor cuatro rectores (don Luis Ferrer, don Estanislao Calvo, don Santiago Martínez Acebes y don Mariano Herrera) que se compenetraron plenamente con el ideal y los planes de don Marcelo. En el seminario Menor fue la mayoría del tiempo rector don Alonso Morata Moya.
Don Marcelo en un momento solemne en Roma, agradeció públicamente el trabajo y la lealtad de todos los operarios que había conocido en su vida, de manera particular, los que habían colaborado con él en Toledo.
Lo que más agradece y reconoce don Marcelo a la Hermandad, y así lo dijo en una carta pastoral que publicó con motivo de la beatificación de don Manuel Domingo y Sol, es “la sencillez y abnegación” con que los operarios se han entregado a los Seminarios en España “consumiendo sus vidas silenciosamente entre los muros de aquellos viejos edificios” y, por otra parte, que eran “ejemplarmente obedientes a los Prelados… renunciando a cargos brillantes que hubieran podido desempeñar, soportando incluso la incomprensión de algunos sectores del clero” y así lo hizo constar en la Carta pastoral, que publicó con motivo de la beatificación de don Manuel, 1987.
En los archivos de la Hermandad y en la memoria de muchos operarios, se conservan y se trasmiten de boca en boca, infinidad de anécdotas, sucesos, expresiones de afecto sincero, también indicaciones y sugerencias… siempre con respeto y cariño. Estos recuerdos superan las dimensiones y las pretensiones de este escrito. Solamente diré que algunos operarios parecían más de Toledo que de la Hermandad.
Agradezco de corazón la oportunidad de este testimonio de gratitud, que se me ofrece en el 20 aniversario del fallecimiento de don Marcelo, que, como Sacerdote y Obispo quiso contar con la Hermandad para la construcción de un Seminario nuevo y libre en Toledo.
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